Basta abrir la
ventana, para que el leve roce
de la primera luz
sobre sus alas
incendie de
silbidos mis estancias;
de nuevo el
diminuto ilusionista
despliega su
milagro.
Cuánta grata
alegría su voz contra el silencio,
qué sincero
regalo
el trote del
sonido en la mañana,
qué presagio
vital para mi esencia.
Y a pesar de que
inflama mis latidos
no canta para mí,
ni por mi goce.
Aún en la
distancia resuena su armonía,
ya sin nadie que
atienda a tal concierto,
sin público que
aplauda, sin laureles.
Jaula de soledad,
vigor inquieto,
quién
sabe qué verdad hay en tu canto.
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